lunes, 20 de junio de 2016

Las diversidades del Aula Pública



por Jorge Robles

La uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida. (Mijaíl Bakunin)


Plantearse hoy en día el desafío de generar aprendizajes en un Aula Pública, exige en primer lugar asumir que estos espacios por razones políticas, históricas y sociológicas han devenido espacios caracterizados en primer lugar por una extraordinaria diversidad social, cognitiva y multicultural, configuración que a pesar de lo evidente, no siempre es asumida ni menos valorada social y pedagógicamente.

El objetivo de este artículo, es plantear las causas de esta transformación, a la vez que esbozar las posibilidades y tensiones que esta nueva caracterización conlleva.


1.- La asfixia y “descreme” de la educación pública

En el presente año 2015, Chile es uno de los países con menor matrícula pública en el mundo. El promedio OCDE es 83% (como lo fue en Chile en los años 80), y el de Chile hoy es apenas un 37%, cifras que se desprenden del informe “Education at a Glance”, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde) de 2014.

De los países participantes en el estudio, la región de Hong Kong, China, lidera la lista, donde sólo el 7% de la matrícula asiste a una escuela pública. Le sigue Holanda, con 34%. El promedio Ocde es 82%. 

A nivel latinoamericano, en tanto, Chile lidera la lista, seguido por Argentina (68%), Uruguay (83%) y Perú (85%).  

En la última década la caída de matrícula pública es de un promedio de 64 mil alumnos por año. En el mismo período el sector particular subvencionado ha ganado cerca de 30 mil alumnos anualmente. (La diferencia se explica por caída demográfica).

Este deterioro que se viene materializando ininterrumpidamente desde el momento mismo de la municipalización (años 80) es multifactorial y evidentemente deliberado con el propósito ideológico de privatizar este derecho.

Más allá de profundizar en el análisis de los factores intervinientes en esta realidad, nos interesa revisar aquellos elementos que con el tiempo han ido configurando un aula pública con un rostro y necesidades específicas.

En efecto, uno de los grandes incentivos a la oferta de educación particular, ha sido la gran permisividad, desde el 80 hasta hoy, para tolerar que muchas escuelas privadas seleccionen su alumnado, vía prácticas (legales o ilegales) de admisión o expulsión, de modo que los estudiantes menos aventajados, más conflictivos o más dañados terminan en las aulas públicas, con la consiguiente complejidad del clima escolar, la motivación frente al aprendizaje y por ende los resultados.

Esta discriminación se fue agudizando con el tiempo ya que en la década de los 90 el “descreme” de alumnos no fue solo de carácter académico o conductual sino que también socioeconómico con el advenimiento del sistema de “financiamiento compartido”, modalidad altamente segregadora, propiciada paradojalmente por un gobierno de centro – izquierda.

Efectivamente, es sabido internacionalmente que en los alumnos con mayor capital cultural el aprendizaje es más fluido, teniendo una propensión natural a mejores resultados. Se consagró así uno de los sistemas educativos más discriminadores del mundo, con muchas escuelas públicas convertidas hasta el día de hoy en verdaderos “guetos de vulnerabilidad” de los más diversos ámbitos.


2.- El SIMCE y la paradoja de la calidad

Cuando la dictadura cívico militar decide liberalizar la educación a fines de los 70, empujándola a una lógica de mercado, paralelamente ordena a la PUC la creación de las Pruebas de Evaluación del Rendimiento (PER) como una “orientación de la demanda” ya que en el corazón de esa transformación estaba el hecho de que las familias escogieran la escuela de sus hijos e hijas como “clientes” de un bien de consumo más.

Estas pruebas resultaron ser el antecedente de lo que a partir de 1988 sería el SIMCE. Sin embrago no será sino hasta el año 1995 (gobierno de transición) cuando se cumpla la promesa de dirigir la demanda hacia un “consumo informado” ya que antes de este año ni los resultados de las PER ni el SIMCE eran totalmente públicos. Erá a partir de ese año que el Ministerio de Educación publica los resultados de cada Colegio, los que son profusamente divulgados por la prensa nacional.

Este mercadeo de la oferta privada a costa de la denostación del sistema público fue exacerbándose y profundizándose en los 2000, llegando a su clímax a principios de 2010 cuando el entonces ministro de Educación Joaquín Lavín presentó su efímero y controversial “Semáforo”, herramienta de información basada en los colores del semáforo para identificar la “calidad” de los colegios. Se hizo para que los padres pudieran optar por un mejor establecimiento para sus hijos. La práctica evidenció que la abrumadora mayoría de los alumnos de colegios rojos y amarillos vivían en comunas populares y no podían ni pueden elegir, por lo que el instrumento sólo era una vía más de estigmatización y discriminación.

No obstante, si se miran los resultados de las pruebas estandarizadas, en establecimientos de cada segmento socioeconómico, los resultados son en promedio muy similares entre ambos tipos de escuela, lo que rara vez se divulga.

Es así que si se lograra hacer evaluaciones de valor agregado (¿Cuánto aporta la escuela al alumnado considerando sus puntos de partida?) y medir el impacto de las admisiones y expulsiones “descremadoras” (cuestión casi imposible). Los resultados claramente favorecerían a las escuelas públicas.

Decir entonces, como muchos lo hacen, que la educación privada es “de mejor calidad” o “más eficiente” que la pública, constituye un descaro de proporciones descomunales, alimentado por ideologías carentes de cualquier evidencia, así como por obvios intereses creados. En palabras de Mario Waissbluth “Es como desangrar deliberadamente a un enfermo y después criticarlo por ser lento para correr la maratón”-

3.- La Diversidad como sello del Aula Pública

La principal consecuencia de este estado de cosas es un aula pública caracterizada fundamentalmente como diversa, pues convergen allí tanto el alumnado natural de estos establecimientos con aquellos que fueron expulsados, no admitidos o no invitados a otros sistemas educativos, es decir conviven en estas aulas diversos ritmos y estilos de aprendizaje, diversos comportamientos, gustos, culturas, religiones, edades y, últimamente, diversas nacionalidades y leguas.

Sin duda que este escenario plantea un tremendo desafío a la educación pública, ya que exige a los sistemas públicos la adecuación de valores, actitudes y prácticas, para enfrentar efectivamente esta realidad multicultural.

El primer cambio, es dejar de considerar la homogeneidad como signo de normalidad y avanzar decididamente hacia el reconocimiento, respeto y valoración de la diversidad del alumnado, lo que debería obligar a la búsqueda de alternativas didácticas en la educación y en la práctica de la escuela, desde el reconocimiento explícito del derecho de todos a la educación y de que ésta se desarrolle no sólo en términos del acceso sino atendiendo a la igualdad de oportunidades.

Efectivamente, además del componente axiológico relacionado con creencias y valores vinculados al principio inalienable de que todos los seres humanos nacemos iguales en dignidad y derechos, la atención de la diversidad en el aula exige modificaciones en las estrategias organizativas y didácticas que permitan ajustar la acción educativa a las demandas de los alumnos, desde la perspectiva de que esta heterogeneidad sea vivenciada no como problema, sino como ocasión para mejorar la calidad del proceso de enseñanza-aprendizaje en una escuela para todos y todas.

Esta realidad tangible en las aulas “ha de convertirse en un motivo de perfeccionamiento profesional y la diversidad misma en un referente de valor para cambiar la escuela, el pensamiento del profesorado, la cultura escolar e influir en el entorno social” (M. López Melero)

Así entendida, la atención a la diversidad es la única forma de promover la igualdad de oportunidades para evitar las brechas y la discriminación en la educación, por lo que debiese ser necesariamente incorporada a los parámetros de calidad de ésta, abandonando la aberración pedagógica de considerar sistemas de calidad aquellos que basan sus resultados en la segregación.

La atención a la diversidad y la igualdad de oportunidades se deben convertir entonces en los ejes sobre los que se debería cimentar el nuevo modelo de enseñanza, caracterizado por ofrecer una variedad de alternativas, tanto en el currículum como en las prácticas pedagógicas y en el propio funcionamiento de la institución, como elemento indispensable para atender a la diversidad y permitir que sea la escuela la que se adapte al alumno y no a la inversa.



Jorge Robles Montenegro es Profesor de Castellano, Magister en educación y actualmente Director de la Escuela Valle de la Lina de Quilicura

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