por Jorge Robles
La
uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida. (Mijaíl
Bakunin)
Plantearse
hoy en día el desafío de generar aprendizajes en un Aula Pública,
exige en primer lugar asumir que estos espacios por razones
políticas, históricas y sociológicas han devenido espacios
caracterizados en primer lugar por una extraordinaria diversidad
social, cognitiva y multicultural, configuración que a pesar de lo
evidente, no siempre es asumida ni menos valorada social y
pedagógicamente.
El
objetivo de este artículo, es plantear las causas de esta
transformación, a la vez que esbozar las posibilidades y tensiones
que esta nueva caracterización conlleva.
1.-
La asfixia y “descreme” de la educación pública
En
el presente año 2015, Chile es uno de los países con menor
matrícula pública en el mundo. El promedio OCDE es 83% (como lo fue
en Chile en los años 80), y el de Chile hoy es apenas un 37%, cifras
que se desprenden del informe “Education at a Glance”, de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde)
de 2014.
De
los países participantes en el estudio, la región de Hong Kong,
China, lidera la lista, donde sólo el 7% de la matrícula asiste a
una escuela pública. Le sigue Holanda, con 34%. El promedio Ocde es
82%.
A
nivel latinoamericano, en tanto, Chile lidera la lista, seguido por
Argentina (68%), Uruguay (83%) y Perú (85%).
En
la última década la caída de matrícula pública es de un promedio
de 64 mil alumnos por año. En el mismo período el sector particular
subvencionado ha ganado cerca de 30 mil alumnos anualmente. (La
diferencia se explica por caída demográfica).
Este
deterioro que se viene materializando ininterrumpidamente desde el
momento mismo de la municipalización (años 80) es multifactorial y
evidentemente deliberado con el propósito ideológico de privatizar
este derecho.
Más
allá de profundizar en el análisis de los factores intervinientes
en esta realidad, nos interesa revisar aquellos elementos que con el
tiempo han ido configurando un aula pública con un rostro y
necesidades específicas.
En
efecto, uno de los grandes incentivos a la oferta de educación
particular, ha sido la gran permisividad, desde el 80 hasta hoy, para
tolerar que muchas escuelas privadas seleccionen su alumnado, vía
prácticas (legales o ilegales) de admisión o expulsión, de modo
que los estudiantes menos aventajados, más conflictivos o más
dañados terminan en las aulas públicas, con la consiguiente
complejidad del clima escolar, la motivación frente al aprendizaje y
por ende los resultados.
Esta
discriminación se fue agudizando con el tiempo ya que en la década
de los 90 el “descreme” de alumnos no fue solo de carácter
académico o conductual sino que también socioeconómico con el
advenimiento del sistema de “financiamiento compartido”,
modalidad altamente segregadora, propiciada paradojalmente por un
gobierno de centro – izquierda.
Efectivamente,
es sabido internacionalmente que en los alumnos con mayor capital
cultural el aprendizaje es más fluido, teniendo una propensión
natural a mejores resultados. Se consagró así uno de los sistemas
educativos más discriminadores del mundo, con muchas escuelas
públicas convertidas hasta el día de hoy en verdaderos “guetos de
vulnerabilidad” de los más diversos ámbitos.
2.-
El SIMCE y la paradoja de la calidad
Cuando
la dictadura cívico militar decide liberalizar la educación a fines
de los 70, empujándola a una lógica de mercado, paralelamente
ordena a la PUC la creación de las Pruebas de Evaluación del
Rendimiento (PER) como una “orientación de la demanda” ya que en
el corazón de esa transformación estaba el hecho de que las
familias escogieran la escuela de sus hijos e hijas como “clientes”
de un bien de consumo más.
Estas
pruebas resultaron ser el antecedente de lo que a partir de 1988
sería el SIMCE. Sin embrago no será sino hasta el año 1995
(gobierno de transición) cuando se cumpla la promesa de dirigir la
demanda hacia un “consumo informado” ya que antes de este año ni
los resultados de las PER ni el SIMCE eran totalmente públicos. Erá
a partir de ese año que el Ministerio de Educación publica los
resultados de cada Colegio, los que son profusamente divulgados por
la prensa nacional.
Este
mercadeo de la oferta privada a costa de la denostación del sistema
público fue exacerbándose y profundizándose en los 2000, llegando
a su clímax a principios de 2010 cuando el entonces ministro de
Educación Joaquín Lavín presentó su efímero y controversial
“Semáforo”, herramienta de información basada en los colores
del semáforo para identificar la “calidad” de los colegios. Se
hizo para que los padres pudieran optar por un mejor establecimiento
para sus hijos. La práctica evidenció que la abrumadora mayoría de
los alumnos de colegios rojos y amarillos vivían en comunas
populares y no podían ni pueden elegir, por lo que el instrumento
sólo era una vía más de estigmatización y discriminación.
No
obstante, si se miran los resultados de las pruebas estandarizadas,
en establecimientos de cada segmento socioeconómico, los
resultados son en promedio muy similares entre ambos tipos de
escuela, lo que rara vez se divulga.
Es
así que si se lograra hacer evaluaciones de valor agregado (¿Cuánto
aporta la escuela al alumnado considerando sus puntos de partida?) y
medir el impacto de las admisiones y expulsiones “descremadoras”
(cuestión casi imposible). Los resultados claramente favorecerían a
las escuelas públicas.
Decir
entonces, como muchos lo hacen, que la educación privada es “de
mejor calidad” o “más eficiente” que la pública, constituye
un descaro de proporciones descomunales, alimentado por ideologías
carentes de cualquier evidencia, así como por obvios intereses
creados. En palabras de Mario Waissbluth “Es como desangrar
deliberadamente a un enfermo y después criticarlo por ser lento para
correr la maratón”-
3.-
La Diversidad como sello del Aula Pública
La
principal consecuencia de este estado de cosas es un aula pública
caracterizada fundamentalmente como diversa, pues convergen allí
tanto el alumnado natural de estos establecimientos con aquellos que
fueron expulsados, no admitidos o no invitados a otros sistemas
educativos, es decir conviven en estas aulas diversos ritmos y
estilos de aprendizaje, diversos comportamientos, gustos, culturas,
religiones, edades y, últimamente, diversas nacionalidades y leguas.
Sin
duda que este escenario plantea un tremendo desafío a la educación
pública, ya que exige a los sistemas públicos la adecuación de
valores, actitudes y prácticas, para enfrentar efectivamente esta
realidad multicultural.
El
primer cambio, es dejar de considerar la homogeneidad como signo de
normalidad y avanzar decididamente hacia el reconocimiento, respeto
y valoración de la diversidad del alumnado, lo que debería obligar
a la búsqueda de alternativas didácticas en la educación y en la
práctica de la escuela, desde el reconocimiento explícito del
derecho de todos a la educación y de que ésta se desarrolle no sólo
en términos del acceso sino atendiendo a la igualdad de
oportunidades.
Efectivamente,
además del componente axiológico relacionado con creencias y
valores vinculados al principio inalienable de que todos los seres
humanos nacemos iguales en dignidad y derechos, la atención de la
diversidad en el aula exige modificaciones en las estrategias
organizativas y didácticas que permitan ajustar la acción educativa
a las demandas de los alumnos, desde la perspectiva de que esta
heterogeneidad sea vivenciada no como problema, sino como ocasión
para mejorar la calidad del proceso de enseñanza-aprendizaje en una
escuela para todos y todas.
Esta
realidad tangible en las aulas “ha de convertirse en un motivo de
perfeccionamiento profesional y la diversidad misma en un referente
de valor para cambiar la escuela, el pensamiento del profesorado, la
cultura escolar e influir en el entorno social” (M. López
Melero)
Así
entendida, la atención a la diversidad es la única forma de
promover la igualdad de oportunidades para evitar las brechas y la
discriminación en la educación, por lo que debiese ser
necesariamente incorporada a los parámetros de calidad de ésta,
abandonando la aberración pedagógica de considerar sistemas de
calidad aquellos que basan sus resultados en la segregación.
La
atención a la diversidad y la igualdad de oportunidades se deben
convertir entonces en los ejes sobre los que se debería cimentar el
nuevo modelo de enseñanza, caracterizado por ofrecer una variedad de
alternativas, tanto en el currículum como en las prácticas
pedagógicas y en el propio funcionamiento de la institución, como
elemento indispensable para atender a la diversidad y permitir que
sea la escuela la que se adapte al alumno y no a la inversa.
Jorge
Robles Montenegro es Profesor
de Castellano, Magister
en educación y actualmente Director
de la Escuela Valle de la Lina de Quilicura
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