por Emma Rosa
Cada día, Claudia*
lleva dos muñecas a la escuela: Una para ella y una para su amigx. A
su amigx le gustaría ser una niña. O sea, de cierta forma ES una
niña. Sin embargo, según la mayoría de las personas, es niño,
porque tiene pene. Y ya que a muchas personas les parece inadecuado
que un niño juegue con muñecas, no tiene muñecas. Por esto,
Claudia se las trae. Es un secreto.
Claudia está
preocupada por su amigx. Teniendo ocho años, está consciente de que
muchas personas no aceptan a su amigx. Se pregunta que podría hacer
ella para ayudarle.
Yo soy mujer, me
siento mujer. Pero tengo claro que la frontera entre hombres y
mujeres no es clara, y que es frágil además. De repente deseo “como
un hombre”. Me gustaría ser visto como hombre en lo que hago, lo
que soy. Probablemente, todxs de repente pensamos en cómo sería ser
de otro género. Y, cuántas veces se nos dice qué tenemos que hacer
para ser hombres verdaderos, mujeres verdaderas. Creo que muchas
personas tienen miedo de no ser lo suficiente hombre, lo suficiente
mujeres, tienen miedo de traspasar la frontera frágil . De este
miedo nace el rechazo hacia la gente que no cabe en el sistema
“pene=hombre, vagina=mujer”.
Les deseo lo mejor a
Claudia y a su amigx. Qué bueno que nacen niñxs como ellxs que pese
a todo, traspasen las fronteras de la moral, que aceptan que una
parte fundamental de los seres humanos es que somos todxs diferentes.
En ello consiste nuestra fuerza, riqueza, nuestro potencial.
*Nombre
cambiado
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