sábado, 13 de mayo de 2017

No quiero ser un zombi


Por Alexandra
Mirando mi Facebook, hace un tiempo atrás, vi que se estaba convocando un cacerolazo en rechazo de las AFP. Me entusiasmé de inmediato, ya que es sabido que este movimiento está tomando fuerza a lo largo del país y a que en el anterior cacerolazo había asistido harta gente, incluso muchos candidatos de todos los sectores políticos. Pensé ilusamente “por fin un tema que les interesa a todos”, así es que asistí al lugar de la convocatoria con mucho entusiasmo, pero para mi mayor asombro, solo asistieron unos pocos que eran solo amigos que comparten mis ideales, claro ya habían pasado las elecciones.
Comenzamos a marchar unos pocos metiendo ruido quisimos crear conciencia, pero la gente solo caminaba no se adhería, caminaban sin mostrar ningún interés, eran unos zombis, muertos vivientes, absortos en su pequeño mundo superficial, auto encapsulado, explotados y engañados, que a lo más reclaman en las redes sociales, pero no hacen nada para que las cosas cambien.
Luego reflexioné: la concertación y posteriormente la nueva mayoría hizo un buen trabajo validando el modelo impuesto por la dictadura. Haciendo cambios “para no cambiar nada” coludiéndose entre partidos políticos del duopolio para seguir protegiendo los intereses de los poderosos; haciéndole creer a la clase trabajadora que los cambios no son posibles; Que las organizaciones sociales no hacen grandes transformaciones; Quebrando la confianza de la gente y generando el desinterés de participar. Este es el legado que dejan 26 años de gobiernos de la concertación y la derecha a los ciudadanos: la incredulidad y la desesperanza.
En este escenario es que me invade el pesimismo, pero de ese pesimismo me salva el recuerdo: el recuerdo de que hubo épocas en que los trabajadores se organizaban y luchaban por sus derechos; el recuerdo de que las protestas masivas contribuyeron a derrocar a la dictadura; el recuerdo de miles de valientes que desafiaron la brutal represión dictatorial y con su vida ayudaron a terminar con casi 17 años de terror; el recuerdo ejemplar de Gladis Marín como luchadora incansable.
Son estos recuerdos los que me vuelven optimistas y, el solo hecho de recordar, ya es un acto de protesta contra el estado de zombi y su naturalización, porque si en otros tiempos hubo quienes se atrevieron a luchar por sus derechos, entonces, es posible que, aunque ahora seamos pocos, mañana seamos muchos los que nos neguemos a ser zombis y nos atrevamos a defender nuestra dignidad.

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