Mirando
mi Facebook, hace un tiempo atrás, vi que se estaba convocando un
cacerolazo en rechazo de las AFP. Me entusiasmé de inmediato, ya que
es sabido que este movimiento está tomando fuerza a lo largo del
país y a que en el anterior cacerolazo había asistido harta gente,
incluso muchos candidatos de todos los sectores políticos. Pensé
ilusamente “por fin un tema que les interesa a todos”, así es
que asistí al lugar de la convocatoria con mucho entusiasmo, pero
para mi mayor asombro, solo asistieron unos pocos que
eran solo
amigos que comparten mis ideales, claro ya habían pasado las
elecciones.
Comenzamos
a marchar unos pocos metiendo ruido quisimos crear conciencia, pero
la gente solo caminaba no se adhería, caminaban sin mostrar ningún
interés, eran unos zombis, muertos vivientes, absortos en su pequeño
mundo superficial, auto encapsulado, explotados y engañados, que a
lo más reclaman en las redes sociales, pero no hacen nada para que
las cosas cambien.
Luego
reflexioné: la concertación y posteriormente la nueva mayoría
hizo un buen trabajo validando el modelo impuesto por la dictadura.
Haciendo cambios “para no cambiar nada” coludiéndose entre
partidos políticos del duopolio para seguir protegiendo los
intereses de los poderosos; haciéndole creer a la clase trabajadora
que los cambios no son posibles; Que las organizaciones sociales no
hacen grandes transformaciones; Quebrando la confianza de la gente y
generando el desinterés de participar. Este
es el legado que dejan 26 años de gobiernos de la concertación y la
derecha a los ciudadanos: la incredulidad y la desesperanza.
En
este escenario es
que
me invade el pesimismo, pero de ese pesimismo me salva el recuerdo:
el recuerdo de que hubo épocas en que los trabajadores se
organizaban y luchaban por sus derechos; el recuerdo de que las
protestas masivas contribuyeron a derrocar a la dictadura; el
recuerdo de miles de valientes que desafiaron la brutal represión
dictatorial y con su vida ayudaron a terminar con casi 17 años de
terror; el recuerdo ejemplar de Gladis Marín como luchadora
incansable.
Son
estos recuerdos los que me vuelven optimistas y, el solo hecho de
recordar, ya es un acto de protesta contra el estado de zombi y su
naturalización, porque si en otros tiempos hubo quienes se
atrevieron a luchar por sus derechos, entonces, es posible que,
aunque ahora seamos pocos, mañana seamos muchos los que nos neguemos
a ser zombis y nos atrevamos a defender nuestra dignidad.
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