El
pasado dictatorial reciente de la historia de Chile, ha puesto en el
debate público y académico el problema de la memoria histórica,
entendida como el compromiso por no olvidar los crímenes cometidos
por la dictadura en materia de derechos humanos, de modo que no solo
las organizaciones cuyo fin explícito es la verdad y la justicia en
los casos de violaciones de derechos humanos han insistido en la
necesidad de no olvidar lo ocurrido, sino que también desde el mundo
institucional estatal se han realizado una serie de acciones
tendientes a preservar la memoria. En este sentido los monumentos
recordatorios en distintos lugares del país, la creación de museos
en los recintos donde se torturó y asesinó, la conservación de las
galerías del Estadio Nacional que sirvieron como centro de
detención, el rebautizo del ex Estadio Chile con el nombre de Víctor
Jara y el propio Museo de la Memoria, son todos lugares que buscan
mantener viva la memoria trágica de nuestro pasado reciente, con la
justificación de que sin memoria no hay futuro (tal como reza el
memorial del Estadio Nacional) y de que es preciso conocer el pasado
para no repetir los mismos errores en el futuro.
Esta
última afirmación justificatoria es de dudosa comprobación (la
historia pareciera demostrar lo contrario, es decir, que las personas
no aprendemos de los errores del pasado y no por falta de
historiadores o de memoria) pero también muestra, en alguna medida,
que la voluntad de recordar el horror dictatorial no se justifica en
sí misma, no es evidente por si sola y, por ello, es preciso
legitimarla para contravenir nuestra casi natural propensión
individual a querer olvidar lo malo que nos pasó.
Por
otra parte la memoria es un fenómeno problemático ya que se
encuentra peligrosamente emparentada con la imaginación y no se
libra fácilmente del olvido, el mal recuerdo y la impostura.
Además
se puede apreciar que desde lo que podríamos llamar, “la memoria
oficial”, no se busca mantener todos los recuerdos sino solo
algunos, se priorizan ciertos acontecimientos o procesos como dignos
de recordarse y a otros se los relega al olvido. ¿Quién hace dicha
selección? ¿Qué criterios se utilizan? Así recordamos a las
víctimas de la dictadura, pero en general no se recuerda mucho a los
combatientes que murieron en acciones armadas; recordamos los centros
de tortura, pero no recordamos la relación de ciertos grupos
socioeconómicos con la dictadura; recordamos el terror desplegado
por los militares, pero no la adhesión de muchos miembros de la
Democracia Cristina a la dictadura hasta el año 1975 que coincide,
justamente, con el periodo de mayor represión.
¿Por
qué recordamos unas cosas y otras no? ¿Por qué desde el mundo
institucional se priorizan ciertos recuerdos y otros se los relega al
olvido oficial?
Creo
que la respuesta está en señalar que la memoria es un fenómeno de
carácter político, es decir, la memoria es también un ámbito de
las disputas sociales y tal vez sea uno de los principales puntos en
disputa. Ello porque la memoria en su dimensión colectiva, es decir,
en cuanto pasado compartido por los miembros de una comunidad, es una
dimensión fundamental de la identidad de grupo, es decir, lo que
creemos que somos, lo que creemos que nos identifica como sociedad se
desprende, en gran medida, de lo que recordamos colectivamente, por
lo que nuestro pasado compartido nos cohesiona como grupo. En otros
términos se puede afirmar que somos parte de una misma sociedad
porque compartimos un pasado común.
En
este sentido la memoria colectiva posee la función de unirnos como
miembros de una misma comunidad pero lo recordado no “beneficia”
a todos por igual, por lo que se entabla una lucha por definir como
será esa memoria colectiva, que será lo recordado y que será
olvidado.
En
esta lucha la mayoría de las personas no participamos directamente y
los actores principales son políticos, empresarios y élites en
general las que a través de los monumentos, los feriados y los
libros escolares de historia, definen qué será recordado
colectivamente.
Por
eso no hay un feriado para conmemorar la masacre de la Escuela Santa
María de Iquique en 1907 o la nacionalización del cobre en 1971, ni
conmemoramos el natalicio de Clotario Blest, tampoco recordamos
colectivamente el genocidio de los pueblos australes, la guerra de
invasión del territorio mapuche, ni la reforma agraria.
Por
todo ello podemos afirmar que aquello que, oficialmente, se nos
invita a recordar con monumentos, fiestas y fechas, no necesariamente
es lo más importante de recordar y, además, esconde una
multiplicidad de olvidos por lo que es importante que las comunidades
de base estén siempre rememorando
y
rescatando aquello que se nos quiere hacer olvidar, porque la
historia de los pueblos, de los barrios, de los oficios, etc. es una
historia importante, aunque no salga en los libros de historia.
Con todas las personas que he hablado sobre el regimen dictatorial ocurrido en chile ocurre una cosa, vuelven a abrirse heridas que ya estaban casi sanadas; muchos hechos que ocurrieron son indiscutiblemente reprochables, tambien verosímiles, que uno podria creer que nunca ocurrieron pero pasaron... nunca más debe ocurrir en Chile tal irrupción a la democracia como es en venezuela por ejemplo.
ResponderEliminarel título esta un poquito mal enfocado, podria ser mas enfocado a la historia que cuentas.